—¿Estás seguro de que quieres...? - intento que la voz no me tiemble, pero lo hace.
 
     —¡Claro que sí, va a ser genial! Y el dr. West dice que es seguro. - ZombiD resplandece de emoción mientras termina de atar el cohete al columpio, y yo intento no pensar que el dr. West también dice que las inyecciones en la base de la médula espinal, son seguras. Según él y mi novio, esto va a ser a la vez un experimento estupendo de termodinámica y un viaje en columpio salvaje. Yo no las tengo todas conmigo, ¿por qué me habré dejado convencer? Pero ahora es demasiado tarde para echarse atrás. ZombieD se sienta en el columpio conmigo entre sus piernas, nos atamos las correas de seguridad que nos sujetan al asiento y a las cadenas de casi ocho metros del columpio, hincado en el suelo con hormigón. Nos bajamos las viseras de los cascos de moto que llevamos para proteger a la vez cabeza y ojos. - Vamos allá. 

     Desde su parapeto, el dr. West le arrima una cerilla a la mecha del cohete. Oigo cómo el siseo se acerca, y estoy a punto de decir "¡me lo he pensado mejor, quiero bajar!", pero ya no me da tiempo. El siseo se convierte en un feroz silbido, y el columpio sale despedido en una subida vertiginosa, con nosotros dos. El castillo entero se vuelve del revés, mi estómago parece haberse quedado en el suelo; damos una vuelta completa, y a velocidad creciente otra, otra, y otra, cada vez más cortas, hasta que un tremendo tirón nos detiene, y el brazo de ZombiD sale despedido por el frenazo. Él no deja de reír y yo, pasado el susto, empiezo a llorar y reír como una histérica. Que nadie se ofenda, pero para columpiarme, yo prefiero el simple balanceo. Hoy la cosa va de cosas que se columpian también. Hoy, en Cine Freak Salvaje, El péndulo de la muerte. 


 Hoy día, si en cine se hace una adaptación de una novela poco fiel a la misma, a los cineastas poco menos que los linchan. No digamos ya si se trata de un videojuego o un cómic; el aficionado no quiere ver absolutamente ningún detalle propio del director o el guionista, quiere ver la novela calcada con total exactitud, al punto que incluso adaptaciones que convierten en trilogía un cuento, en teoría para abarcar todos los detalles, tienen detractores, y siempre hay quien dice que falta esto o que sobra aquello. Y eso, dejando aparte casos sangrantes en los que se aprovecharon de un título conocido para hacer una historia por completo diferente, hechos que no sólo hacen fracasar una película, sino que la convierten en motivo de befa durante muchos años. No obstante, esto no siempre ha sido así, y no dudo que hay cineastas que querrían haber nacido en otras décadas, cuando eso de "adaptar a cine" era eso, "adaptar", y el cineasta de turno hacía poco menos que lo que le daba la gana con una historia, y si al gran público no le gustaba se tenía que aguantar, porque no había redes sociales donde quejarse. El caso que nos ocupa hoy, es de estos. 

La historia, ambientada en torno al año 1500, arranca con un joven dirigiéndose a un castillo que se
yergue al pie de un acantilado. El joven Francis Barnard busca allí informes más concretos de la muerte de su hermana Elizabeth, ocurrida varios meses atrás, pero que a él le comunicaron hace pocos días. En el castillo vive su cuñado viudo, el melancólico Nicolás Medina, hijo de un feroz inquisidor español, acompañado de su hermana. Medina (Vincent Price), vence a su dolor para explicarle algo horrendo: que la hermana del joven y su adorada esposa, murió de terror al dejarse embriagar por el morbo de visitar a diario los terribles instrumentos de tortura que aún se guardan en los sótanos del castillo. Y que, pese al dictamen del doctor sobre la muerte de Elizabeth, él no puede quitarse de encima la sospecha de que fue sepultada con vida.
    
    Cualquiera que haya leído el cuento de Poe, El pozo y el péndulo, en el que está basada la película que nos ocupa, se va a volver loco intentando encontrar el menor parecido entre el citado cuento y el párrafo anterior. Que no se gaste, que no va a encontrarlo. También habrá de admitir que el relato de Poe, es de un terror psicológico muy atractivo, pero si lo pasamos a cine tal como está, daría para un corto, pero nunca para un largometraje. Roger Corman también lo sabía, y al igual que hizo en otras adaptaciones de Poe como La máscara de la muerte roja o El gato negro, lo que hizo fue tomar la idea del cuento, y luego hacer lo que le dio la gana. 

    Apoyándose pues en la idea de la inquisición española y de una guillotina pendular que desciende con enloquecedora lentitud sobre el condenado, el guionista Richard Matheson (autor de obras como La mansión infernal y Soy leyenda), bajo las órdenes de Corman, creó una historia por completo diferente, en la que el complot y la locura acompañan el terror fantasmal. Medina será torturado por su propio pensamiento, por su cuñado que le acusa de asesino y por una extraña presencia en la casa que desea atormentarle y contra la que él, en el convencimiento de su culpabilidad, no desea luchar. 

    Corman nos presenta aquí una intriga coherente y bien hilada, sin dejar al mismo tiempo de jugar con las imágenes y los colores. Nos encontrábamos en 1961, la Hammer venía pegando fuerte con sus adaptaciones de Drácula y otros mitos del terror, y al igual que destacaba por la profusión de féminas en camisón, lo hacía también por el apropiado uso de decorados de impactante colorido. Corman, gran maestro del género desde los tiempos del blanco y negro, no se pensaba quedar atrás, y utilizó fundidos en rojo y violeta para acusar la crueldad de los recuerdos de Medina y la lúgubre decoración de la cámara de torturas.

    El péndulo de la muerte es más una historia de intriga con tintes terroríficos que una historia de
terror como tal. Si bien es cierto que nos encontramos con fantasmas y sucesos inexplicables, vemos cómo estos son tomados de dos maneras muy distintas. Por un lado, Barnard, el hermano de Elizabeth, está dispuesto a encontrar a todo una explicación racional, dando a su personaje un aire muy moderno y nada supersticioso del hombre que ha estudiado, en una época en la que lo habitual era todo lo contrario; por otro lado está Medina. El afligido esposo siente una tremenda culpabilidad por haber dejado que su esposa viera la cámara de torturas y por no haberle impedido con energía seguir visitándola; el viudo está convencido de que la maldad de su difunto padre y los asesinatos que cometió en el castillo envenenan éste como un maligno humor y afectaron a su esposa. No siente deseos de luchar, antes bien se abandona al sufrimiento, en parte por haber perdido lo que más amaba, en parte porque está convencido de que así purga su culpa. 

    El péndulo de la muerte es una gran historia. Quizá algo pasada de moda, narrada de forma algo arcaica y que no resiste una mirada histórica severa, pero como cuento de miedo es muy agradable y deja en el espectador una buena sensación, aún cuando éste no sea un adorador del terror rancio como lo es vuestra servidora. Una película muy aconsejable para iniciarse en la filmografía de Corman y descubrir a Vincent Price como el gran actor de terror que era, que no todo iba a ser Christopher Lee, y con un toque final de verdadero Miedo, que no dudo que en su día, tuvo que producir pesadillas entre los espectadores. No es una cinta tolerada, pero a partir de los doce-trece sí puede ser apta; puede ser una peli estupenda para disfrutar en familia, y hasta con tu novia. Cinefiliabilidad 4, lo que significa que hay que hacerse a la idea de que es un poco antigualla, pero aún así es fácil de ver y muy recomendable. 


No, Gustavo no sale en la peli. Y es una pena, pero en fin, no todo iba a ser perfecto.


"Sigo siendo un svetzna. Sólo que ya no estoy a su servicio". Si no coges esta frase, tienes que ver más cine.